domingo, 25 de septiembre de 2011

Las apariencias engañan


¿Quién, alguna vez, no ha escuchado o empleado la expresión "las apariencias engañan"?
En esta línea nos invita a reflexionar tres textos bíblicos: El Profeta Ezequiel, San Pablo y el evangelista Mateo. Tres lecturas con un sólo pensamiento, una misma invitación: Ser y vivir sin apariencias en nuestras relaciones fraternas con los demás.

Por una parte El Profeta nos invita a la conversión, es decir, al cambio de actitud en nuestras vidas en relación al prójimo. Por otra, San Pablo en su carta a los Efesios 2, 1-11, en la misma línea que el Profeta, nos invita a la solidaridad, la justicia y la fraternidad. Nos propone una alternativa nueva frente a las situaciones de injusticias, en las que , con frecuencia, se encuentra inmersa nuestra sociedad y nosotros mismos.
 
Mateo en su capítulo 21, 28-32 nos propone salir del legalismo que aplasta a las personas.
Unas, por quedar bien, responde casi siempre como los demás esperan de él. Otras, por el contrario, son capaces de abandonar la apariencia (el que dijo no y fue). Deja de ser lo que los demás quieren que sea para ser él mismo y actuar según su propia conciencia y decisión.

Jesús comienza la parábola con una primera pregunta: «¿Qué os parece?» (28). Según las convenciones sociales de la época, lo más probable es que la gente respondiera que el que actuó bien fue el primer hijo porque respondió bien a su padre: "Enseguida voy". El otro hijo había puesto en entredicho el honor de su padre al desobedecerle; su negativa era una falta de respeto.
Pero al final la cambia: «¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?» (31). Lo que importa no son las apariencias externas, sino el interior de la persona; el que honra a Dios no es el que observa unos ritos externos, sino el que hace su voluntad. Al amor no consiste en la ortodoxia, sino en el compromiso. 
Con frecuencia vivimos con una mentalidad centrada en las apariencias. "No es oro todo lo que reluce", solemos decir. Jesús sabía que para Dios, que conocía lo secreto del corazón, el hijo verdadero era el que de hecho practicaba la justicia.

Nuestras relaciones con los demás han de estar basadas en el compromiso efectivo vivido desde la fraternidad solidaria con los demás.