Isaías (61, 1-2. 10-11)
He aquí los primeros versículos en este III Domingo de Adviento: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros y a pregonar el año de gracia del Señor".
Este texo nos viene dado igualmente en el Evangelio de Lc 4, 18-20, puesto en boca de Jesús cuando acude a la Sinagoga. Es el Espíritu y la Palabra quienes prenden el fuego de la misión de Jesús y en Él se concreta y cumple. De la misma manera, el Espíritu habita en nosotros. ¿Cuá es, pues, nuestra misión? Y nos expresamos mal cuando hacemos la pregunta. La cierto es que Dios no tiene un proyecto para el hombre (nosotros). El hombre, nosotros, somos el proyecto de Dios y nos quiere en plenitud: hombres responsables que contruyen su propia vida en libertad en el transcurso de su historia personal. Y construiremos en plenitud nuestra vida en la medida que, como Jesús, el Espíritu que habita en nosotros y su Palabra enciendan en nosotros el fuego que nos compromete en la misión de todo cristiano: Anunciar la Buena Nueva, hacernos prójimo del que sufre, ser hombres misericordiosos, cercanos con quienes nos rodean y se acercan a nosotros. Proclamar, en definitiva el "Año de gracia". Un Año de gracia que comienza cada día en cada uno y que debemos llevar al corazón de todos.
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